jueves, 14 de agosto de 2008

Queridos amigos: les presento el capitulo primero de la Novela "Un oscar para la libertad", que espero publicar en el presente año
En la tertulia de la presente semana lo leere.
saludos
Luis fernando Orozco Gutierrez




UN OSCAR PARA LA LIBERTAD.



Capitulo I

Un sol ardiente abrazaba la extensa llanura. Los gauchos, después de cumplir con las faenas, en su ancha pampa, donde el ganado pastaba perezosamente, regresaban a las estancias, buscando sombra y espacio, para apurar un mate que refrescara su cuerpo y su espíritu estoico, independiente y corajudo. Algunos templaban las guitarras y, en las noches estrelladas, cantaban sus quejas, casi todas de amor; otros, le dedicaban tiempo a sus hijos, leyéndoles el gran poema épico de Martín Fierro, donde ellos aprendían, que “el gaucho es el verdadero representante del carácter argentino”, y a la vez le recitaban a los pibes:


Soy gaucho, y entiéndalo
como mi lengua lo explica,
para mí la tierra es chica
y pudiera ser mayor,
ni la víbora me pica
ni quema mi frente el sol.


”Mi gloria es vivir tan libre como el pájaro del cielo, no hago nido en este suelo ande hay tanto que sufrir y naides me ha de seguir cuando yo remonto el vuelo.”



En la Estancia “Pampa Marini”, don Romani Marini, caballero de origen napolitano, de cabello rubio, y poblado mostacho, al que cuidadosamente le entregaba parte importante de su tiempo, esperaba la llegada de su quinto hijo, fruto de la unión con doña María Paz Stenssori, bella dama procedente del norte de Italia, de un pueblo cercano de Milán. Estas familias habían emigrado en el siglo XIX, por la época en que Garibaldi vivió en Argentina. La familia Marini Paz Stensorri, no obstante ser la tercera generación en América, no había perdido su marcado acento italiano, pues eran más extranjeros que raizales.



Esta distinguida familia, construyó una hermosa estancia, en cuyas formas no faltaron motivos peninsulares. La primera actividad que se realizaba, era la ganadería. Bellos toretes y vacas hacían parte del hato; su carne era vendida en la ciudad porteña de Buenos Aires y, en general, en las poblaciones del estuario de La Plata. Además, se ocupaban con cuidado del vino, arte que aprendieron de sus antepasados, en la lejana Italia. Los pobladores vecinos, familiarizados ya con el bouquet de los vinos del señor Marini, decían que nadie los destilaba mejor que él.


Por los frecuentes viajes de don Romani a Santa Rosa, capital de la provincia pampera, en asuntos referentes a sus negocios de ganado y vino, debía pernoctar en el lugar, lo que le proporcionó muchas amistades femeninas, dando lugar a que se comprometiera sentimentalmente con una bella santarroseña, quien por descuidos, debidos al apasionamiento, quedó embarazada, naciendo un hijo, por la misma época en que María, su mujer, daba a luz a su quinto heredero. Por razones más sociales que de otra índole, don Romani no le dio el apellido a su vástago ilegal, inventando entonces, una figura rara, desconocida en el argot jurídico, que fue, convertir el nombre en apellido, y así lo bautizó entonces, con el nombre de Hugo, dando inicio al largo peregrinar por el mundo, del apellido Romani.


Mientras tanto, en su estancia, el hermoso niño que llegó a alegrar la familia y que pesó al nacer, seis kilos, ocasionó que el parto de doña María, asistida por la partera del pueblo, tuviera serias complicaciones; pero las oraciones a la Virgen de Lujan, dieron satisfactorios resultados. El recién nacido fue bautizado de inmediato en la iglesia del pueblo más cercano, llamada Toay, con el nombre de Oscar, ya que a su madre le encantaba ver las películas del cine norteamericano, y por esas calendas, ya existían los premios conque el cine galardonaba a sus triunfadores. Oscar nació muy robusto y fuerte. Cuando apenas balbuceaba las primeras sílabas, en el pueblo se rumoraba que Enrique Carusso, el gran tenor napolitano, muy cercano a la familia de don Romani, había expresado que al niño lo debían de mandar a la Escala de Milán, a estudiar canto. Pero lo más sorprendente del niño, era la gran empatía con las mujeres, pues todas se peleaban por bañarlo, lo que hacían a veces, tres o cuatro damas a la vez; esto ocasionó que, desde entonces, el pequeño Oscar creara su afición por las mujeres.

El escenario de las pampas fue propicio para el desarrollo del infante, quien se ocupaba de asistir a la escuela y cabalgar por las extensas llanuras, acompañado siempre de sus cantos preferidos. Su madre le enseñó la Malagueña; cantaba Granada antes de que Agustín Lara la compusiera, estuvo en los Coros del padre Cacerolli, curita procedente de Roma, quien aspiraba a ser Papa. Debido a la cercanía de la Estancia de los Marini, con la Estancia de los Solanet, famosos en la región por las excelentes caballerizas, tuvieron la oportunidad de ser propietarios de los más hermosos caballos “criollos”, raza de yeguas y sementales de origen patagonés, y que por sus condiciones, se presentaban como los más apropiados para desarrollar el trabajo en las Pampas y de los gauchos.

Las familias dueñas de estancias, viajaban con frecuencia a Toay, a comprar sus mercados y a vender algunos productos; era un villorrio de calles empolvadas y poblada, en su mayoría, por inmigrantes italianos. Don Romani Frecuentaba al señor Gugliotta, siciliano de alma y corazón, razón que dio lugar a que la amistad se afianzara y las visitas de las familias, se hicieran permanentes.


Olga Noemí, la hija mayor del matrimonio toayano, frisaba los mismos años de Oscar. La familiaridad y amistad llegó a ellos y se advertía un gran amor. Desde ese mismo momento, Olga componía hermosos versos y se los leía con timidez a su enamorado.

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